Luzdivina.- (La
imagen proyectada en la segunda cortina
es la de una mujer madura de aspecto
sudamericano, la cara redonda sin llegar
a la obesidad, entorna los ojos y sonríe;
mantiene la boca cerrada pero su alegre
voz inunda el escenario.) ¡Ya voy! ¿Quiere
algo más la señora?
María
Rafaela Lagar.- ¿Quién eres? ¿Cómo
se llamaba ésa? Marila, no, Marila
era la rumana. Es algo de Luz, ¡Luzmía!
No, no era así ¡Luzdiva! No. ¡Luzmila!
Tampoco ¡Luzdivina! ¿Eres tú,
Luzdivina? ¿Habrá vuelto? Era
simpática, estaba como una cabra. Ésta
se marchó enseguida, pensó que
iba a cuidar a un hombre. Y como conmigo
no se podía casar, ¡ja! ¡ja!
( ríe sin fuerzas, para terminar
tosiendo ) ¡coff! ¡coff!
estuvo el mes justo, cobró y me dejó plantada. ¡Qué simplonas!
Se lo creen todo. Quieren casarse con los
viejos verdes españoles. Ésta
vino a España a heredar. ¡Ja! ¡Ja! ¡Coff! ¡Coff! ¡Luzdivina,
tráigame un vaso de agua! ¡Coff! ¡Coff!
Nunca está cuando se la necesita. ¡Coff! ¡Coff!
Mientras habla
sola la imagen de la segunda ventana desaparece
y se ilumina la tercera ventana, en donde
surge la cara de una mujer joven con marcados
rasgos indígenas.
Rosina.- (La
muchacha muy seria dice que no con la
cabeza y desaparece.)
María
Rafaela Lagar.- De ti me acuerdo y me gustabas,
pero ni siquiera te quedaste veinticuatro
horas. Saliste huyendo. Sé lo que
te pasó, te asustó la fealdad
de la vejez. No te gustó tener que
dormir en la habitación de una vieja.
Por qué ibas a hacerlo si no eres
de mi familia, yo tampoco lo haría.
Los viejos no valemos para nada, sí,
para dar pena y molestias. A saber de qué selva
viniste tú. (Intenta mover la
silla para llevarla hacia la mesa camilla
donde hay una bandeja con una jarra de agua
y dos vasos.) ¡Qué venga
alguien! (El silencio más absoluto
responde a su llamada) ¡Quiero
agua! ¡Agua¡ ¡Agua! (Grita
y calla esperando recibir respuesta .)
Me han dejado sola. Moriré como un
perro abandonado. ¡Socorro! (Grita
y escucha) ¡Auxilio! (Grita
y nadie la contesta) ¿Me habré muerto
sin darme cuenta? (Intenta levantarse
y a punto está de caer al suelo.) ¡Ayuda! ¡Ayuda!
Otra anciana
entra apresuradamente en escena.
Emilia.- ¡ María
Rafaela Lagar García! ¿Qué te
pasa, preciosa?
María
Rafaela no reconoce a la persona que entra
hablándole con tanta familiaridad.
María
Rafaela Lagar.- ¿Quién es usted? ¿Dónde
está la chica?
Emilia, de la
misma edad que María Rafaela, es su
polo opuesto. Es una anciana alegre, más
que ágil, animosa y, sobre todo, cuidadosa
con la poca belleza que todavía conserva
a costa de mucho arreglo personal.
Emilia.- ¿No
me conoces? Ya estás otra vez más
allá que acá. (Se acerca
a María Rafaela y la acaricia la cabeza). Soy
Emilia. (Se agacha y la da un beso en
la mejilla)
María
Rafaela empuja a la mujer sin contemplaciones,
primero porque se siente molesta con los
mimos de una extraña y en segundo
lugar porque desea mirarla con perspectiva;
lo que hace con mucho descaro; inquisitivamente.
La reconoce ¿qué es lo que
hace ella allí? Parece decir con su
mirada.
María
Rafaela Lagar.- Emilia García González, ¡cuántas
veces tengo que decirte que no me toques¡
Emilia.- Ya
te acuerdas de mí, María Rafaela
Lagar García. ¡Prima! (Intenta
darle otro beso, pero Rafaela se aparta y
besa en falso) ¿Me recuerdas? ¡Eh!
María
Rafaela Lagar.- ¡ Estate quieta! Sigues
igual de sobona que siempre.
Emilia.- ¿No
te alegras de verme, prima? (Intenta
pellizcarle en la cara y María Rafaela
vuelve a esquivarla con pericia).
Emilia empuja
la silla de ruedas y la lleva hasta el proscenio.
María
Rafaela Lagar.- ¡Ummm! (Después
de un breve suspiro baja la cabeza y deja
caer los brazos a los dos lados de la silla
entrando en un breve desfallecimiento del
que Emilia ni se entera, ya que se ha dado
la vuelta y le da la espalda mientras camina
hacia la mesa de donde toma una silla, la
coloca al lado de la de su prima y se sienta.)
Emilia.- ¿Qué te
pasa? Ya te has ido otra vez, mujer. ( Dice
inquieta ) Menudo lío como te
hayas muerto ¡eh, eh! …. ( Palmetea
las mejillas de la otra mujer
María
Rafaela se despabila y mira sorprendida a
la mujer sentada a su lado.
María
Rafaela Lagar.- ¿Eres un fantasma?
Emilia.- ¡Soy
tu prima Emilia, la hija de tu tío
Manuel!. ¿No recuerdas que viviste
en mi casa? Fuimos como hermanas, Rafaela. ¿Ya
se te ha olvidado que fuimos juntas al colegio
y que mi padre te pago los estudios? ¡Qué pena!
Con lo que tú eras de… ( duda,
buscando la palabra adecuada) de despierta;
si hubiera sabido que estabas tan mal hubiera
venido antes.
María
Rafaela observa como habla la mujer y por
momentos parece perder el hilo de memoria
que hacía un segundo le había
permitido recuperar su pasado.
María
Rafaela Lagar.- ¡Marila! ¡Luzdivina!
( María Rafaela grita de improviso
asustando a Emilia que se levanta del asiento
todo lo veloz que le permiten sus piernas.)
Emilia.- ¡Qué susto!
Tranquilízate, Rafaela. (Dice
Emilia elevando la voz para llamar su atención.)
María
Rafaela Lagar García. - ¡Marila! ¡Luzdivina!
Emilia.- Soy
yo, Emilia, tu prima. ¿Re acuerdas
o no te acuerdas?
María
Rafaela la mira con insistencia, abre y cierra
los ojos sorprendida de su presencia. Es
evidente que su cerebro le ha devuelto a
la realidad; es un ir y venir del raciocinio
que desconcierta a Emilia.
María
Rafaela Lagar.- ¿Qué quieres? ¿Dinero?
Emilia.- ¿Qué quieres
tú? ( Responde molesta )
María
Rafaela Lagar.- Quiero un vaso de agua y
que venga la chica.
Emilia.- Ya
no hay chica. (La anciana se acerca a
la mesa donde sirve un vaso de agua y se
lo lleva.) Ahora estoy yo. He venido
a cuidarte ( explica amablemente )
en lo que necesites. Comeremos juntas, ¿hago
unas judías verdes con aceite y vinagre?
( María Rafaela no sigue la conversación,
está a lo suyo)
María
Rafaela Lagar.- ¿Dónde se ha
ido la chica? (Las cortinas se mueven
azotadas por una brisa imperceptible en la
sala y los rostros de las mujeres aparecen
brevemente proyectados sobre ellas) ¡Tú! ¡Ven!
( Alza la voz ) ¡Tú! ¡Tú! ¡Tú! ¡Ven
aquí! (Dice, haciendo señas
a la cortina.)¿Cómo se llamaba ésa?
(Señala hacia la cortina) ¡Rosina!¡Marila!
Emilia le entrega
el vaso de agua sin dar importancia a las
muestras de ansiedad de la otra.
Emilia.- Venga,
tómate el agua. (Le entrega el
vaso y se acerca a las ventanas y mueve las
cortinas) ¡Mira! ¿Lo ves?
No hay nadie. ¿Lo ves? Estamos solas,
tú y yo.
María
Rafaela Lagar Gacía. - ¡Marila!
( Exclama, mientras toma un sorbo de
agua ) ¡Luzmila!
Emilia recoge
el vaso que le entrega María Rafaela.
Emilia.- ¡Olvídate
de las chicas! En un año has despedido
a diez, casi a una por mes. ( Le dice
acercándose a su oído, antes
de alejarse hacia la mesa, en donde deposita
el vaso) y ya no quedan.
María
Rafaela Lagar.- ¿No las ves? Están
ahí. ( Dice, señalando
hacía las cortinas) Han venido
a ayudarme. Son muy cariñosas, me
quieren mucho, ¿sabes?
Emilia.- Seguro
que sí. Anda, tranquilízate.
Ahora me tienes a mí. (Emilia
se ha sentado de nuevo a su lado y extiendo
sus manos para tomar las de ella en un gesto
de afecto y comprensión, pero se lo
piensa mejor y las coloca sobre su propio
regazo.)
Nuevamente María
Rafaela parece haber recuperado el raciocinio.
María
Rafaela Lagar.- Una docena no, seis o siete.
Todas tenían nombre de telenovela:
Marila, Luzdivina, Rosina. Me he caído.
Estuve más de un mes en el hospital
y diez días en coma. ¿Lo sabías?
Emilia.- Claro
que sí, estuve a verte varias veces.
Te has recuperado estupendamente. Estás
fenomenal, es que tenemos la naturaleza de
los García; yo también me he
caído pero no me he roto ningún
hueso. Lo principal es no darse en la cabeza.
Las dos mujeres
están sentadas en las sillas mirando
hacia el frente. Emilia habla y habla sin
que María Rafaela aparentemente preste
atención a la palabrería de
su prima, ya que la contestación no
guarda relación con lo que dice la
otra.
María
Rafaela Lagar.- Quieren meterme en una residencia.
( A continuación baja el tono
pero sube la intensidad emocional que da
a las palabras siguientes ). Pero de
mi casa no me sacan ni a arrastras; de mi
casa saldré en un ataúd. Todas
esas mujeres que me han traído no
sabían limpiar, ni cocinar; y no las
entiendo, ni yo a ellas ni ellas a mí;
son extranjeras; además están
enfermas.
Emilia.- ¿Enfermas?
María
Rafaela Lagar.- Sí, enfermas. Vienen
a España al hospital, como es gratis.
Emilia.- ¿Qué cosas
dices? Vienen a trabajar. Hay muchos viejos
que cuidar.
El patio de
butacas se ha iluminado tenuemente, lo suficiente
como para que las actrices pueden ver las
cara de los espectadores, con el propósito
de intercambiar miradas. Posarán los
ojos brevemente en los espectadores de las
primeras filas del patio de butaca pidiendo
tácita aprobación a sus palabras,
con el propósito de crear una atmósfera
de complicidad que obligue a tomar partido
mentalmente a cada espectador.
María
Rafaela Lagar.- Llegan se meten a cuidar
viejos y cuanto ha pasado el tiempo reglamentario
para conseguir la tarjeta sanitaria se marchan..
Las dos mujeres
permanecen sentadas en el proscenio de cara
a los espectadores.
Emilia.- Esas
mujeres se arriesgan mucho, vienen solas,
sin dinero, sin conocer el país; a
mí me dan mucha pena. Son gente pobre
que viene a trabajar para salir de la miseria;
es que tampoco te acuerdas de que los españoles
también fuimos emigrantes. (Emilia
permanece unos segundos pensativa) Aunque
si están enfermas.. ( queda unos
segundos pensativas sin completar la frase )
María
Rafaela Lagar.- Una de ellas no paraba de
toser, en cuanto le pedía que hiciera
cualquier cosa, tosía sin parar. Yo
creo que estaba tuberculosa.
Emilia.- ¡Qué barbaridad! ¿Qué le
pasó?
María
Rafaela Lagar.- No lo sé. Ésa
se fue enseguida . Otra sólo quería
comer carne de vaca.
Emilia.- Sería
por motivos religiosos.
María
Rafaela Lagar.- ¿Sí? ¿Es
que hay una religión que mande comer
filetes de ternera?
Emilia.- ¿Ésa
era la Marila?
María
Rafaela Lagar.- ¡Ah, Marila! No Marila
era rumana. Marila era buena chica. Se pasaba
el día hablando por teléfono.
Le gustaba mucho pintarse las unas, aunque
no hubo manera de que me arreglara los pies.
Emilia.- En
la residencia viene el callista una vez al
mes. Los pies hay que tenerlos bien aseados,
recuerdo cuando me salió el uñero,
qué mal lo pasé. Y ahora ¿quién
te corta las uñas?
María
Rafaela Lagar.- Una vez me las arreglo Luzdivina, ésa
era muy mala, pues no me dijo que ella no
era mi criada que sólo había
venido para hacerme compañía. ¿Qué te
parece? Ésa tenía unas varices
en las piernas como raíces de árbol,
de todos los tamaños. ¡La pobre!
Estaba peor que yo.
Emilia.- Mira
que bien. ¿Así que de dama
de compañía?
María
Rafaela Lagar.- Sí, y no veas como
comía la acompañante, como
una lima. A ésa la eché porque
me sisaba. Las otras se fueron porque quisieron.
Permanecen un
largo minuto sin hablar y mientras callan
miran al frente con expresión ausente.
María
Rafaela Lagar.- ¡Ah! ( Suspira )
No quiero ir, Emilia.
Emilia.- ¿A
dónde no quieres ir?
María
Rafaela Lagar.- A una residencia. Quiero
morir en mi casa y en mi cama.
Emilia.- Y yo,
pero hay que adaptarse a los tiempos. Cada
vez nos morimos más lentamente y necesitamos
más cuidados. En mi residencia se
está estupendamente, los empleados
son maravillosos; yo no hago ni la cama.
Mira que pies tan arreglados llevo ( dice
sacando el pie del zapato y enseñándoselo
a su prima, que no hace ni caso ). Entro
y salgo cuando quiero. Se está estupendamente.
María
Rafaela Lagar.- ¡Cállate! Tú estás
soltera.
Emilia encaja
el golpe bajo de María Rafaela, tal
como si hubiera estado esperando la impertinencia.
Sonríe antes de contestar.
Emilia.- ¡Ya
estamos! Qué más dará.
Somos dos ancianas, yo estoy un poco mejor
que tú, pero hay que hacerse a la
idea y vivir con alegría un día
detrás de otro dando el menos trabajo
posible. Hazme caso, en mi residencia estarías
mejor atendida y más acompañada. ¡Piensa
un poco mujer! No te das cuenta de que te
has convertido en un problema para tus hijos. ¡Qué difícil
has sido siempre, Rafaela!
María
Rafaela Lagar.- ¿Mejor que yo? y vives
en un asilo. Sola estás tú que
eres soltera. Yo no he criado cuatro hijos
para esperar a la muerte rodeada de extraños.
Además, ¿quién te ha
pedido que vengas?
Emilia vuelve
su mirada hacia María Rafaela y cuando
parece que va a contestar malhumorada cambia
de actitud y aprieta los labios. María
Rafaela permanece a su lado muy erguida,
con el torso rígido y la expresión
altiva; ambas intercambian miradas con los
espectadores de su campo de visión.
A partir de
este momento una voz en off revelará los
pensamientos de cada una de las mujeres que
mantendrán una conversación
mental de reproches.
Emilia.- Vieja
malvada, llevas cinco años muriéndote.
Fea, maltratadora de emigrantes, invalida
de conveniencia, abusona de hijos y de cualquiera
que se ponga a tiro; y bizca; bueno bizca
ya no que te operaste. Siempre has sido un
mal bicho para mí. No puede haber
bondad donde no hubo más que intercambio,
egoísmo y envidia. ¿Estaría
aquí aguantando tu veneno si no me
hubiera pedido Carlota que viniera?
María
Rafaela deja caer la cabeza sobre el pecho.
Parece dormitar hasta que un ruido entre
bastidores la despabila, mira hacia un lado
y hacia otro.
María
Rafaela Lagar.- Ya vienen las niñas.
( Permanece expectante unos segundos,
hasta que se cerciora de que ha sido un ruido) Es
pronto. ¿Qué querrá esta
mamarracha? ( Levanta la cabeza y mira
de reojo a Emili a). Esto es cosa de
Carlota, seguro que ha sido Carlota; me la
ha mandado para que me convenza. Esas dos.
Ni juntas ni por separado conseguirán
meterme en una residencia. ¡Se van
a enterar! ¡Se van a enterar! Me duele
la cabeza, desde que me caí me duele
la cabeza. ¡Qué dolor! Tengo
hambre. Ya debería estar aquí.( Sin
conseguir terminar ninguno de los pensamientos
que se le agolpan en la mente deja caer la
cabeza sobre el pecho y dormita.)
Emilia continúa
el hilo argumental de su pensamiento.
Emilia .- Te
llevaste a Carmelo. Todavía me estoy
preguntando cómo cayó en tus
garras. Cómo le liaste para que te
dejara embarazada. No debería haber
venido. ( Mira el reloj de pulsera .)
Qué tarde es. ( Observa a Rafaela .)
La más fea de las primas, paticorta,
bizca, tan fuerte como un bracero. Tu prima
vivirá con nosotros, dijo mi padre
cuando te trajo a casa a la muerte de tus
padres, así tendrás una hermana;
y me robo, más que el novio, a mi
futura familia. Aunque la naturaleza me ha
vengado, porque Carlota se parece más
a mí que a ti.
Rafaela Lagar
García.- ¿Pensarás que
te debo algo porque el tío Manuel
me pago la carrera? Te quedarás a
vivir con nosotros que la Emilia está muy
sola, así tendrá una hermana
pequeña. Una hermana pequeña
que te doblaba la talla y heredaba tu ropa.
Te miro y se me revuelven las tripas. ¡Qué dolor
de cabeza!
Emilia.- Una
sombra, un grano; fuiste una esponja que
chupó todo lo bueno que me estaba
destinado. Cuando te quedaste huérfana
te vino Dios a ver, tu padre te tenía
cuidando cabras y el mío te envió a
la universidad conmigo. ¡En mala hora
llegaste a mi vida!
María
Rafaela Lagar.- Sé que piensas que
te quité el novio, pero no fue así él
no te soportaba, tú eras de cartón
piedra, y yo era yo, la María Rafaela;
tú le llevabas a misa y yo a la cama
( mira a Emilia de reojo ) Quiero
que te vayas. ¡Vete! ¡Vete!
Emilia.- Lista
si que eras. Muy inteligente. Terminaste
la carrera y yo no. Con lo difícil
que era enchufarse entraste de interina y
así quedaste. Rechazaste hacer oposiciones
te hubieran alejado de Carmelo; a lo mejor
ni las hubieras aprobado. María Rafaela,
eras mala gente y sigues igual. No hiciste
ni un amigo en los destinos que tuviste,
pero ¿cómo conseguiste subir
y subir peldaños en la Administración?
María
Rafaela Lagar.- Tú siempre tan requetearreglada,
vestida de domingo. Carmelo cada vez que
te veía aparecer se iba a comprar
tabaco. No podía soportar tus boberías.
Emilia.- Estuviste
en el lugar adecuado en el momento justo
y te fue bien, y yo me alegro; pero tienes
que reconocer que había mejores, con
doctorados y trabajos en el extranjero. El
nombramiento te llegó por la vía
del cupo y por lo de las cabras. ¡Por
favor! Que les falto tiempo para filtrarlo
a la prensa. Rafaela Lagar García
es un ejemplo de superación personal,
de pastora de cabras en su infancia a directora
de no sé qué.
María
Rafaela Lagar.- La culpa fue del cura. ¿Dónde
estarás mejor que con tu tío,
tu tía y tu prima? Maldita la hora
en que me recogisteis. Todo el pueblo os
tenía por buenos. Tu madre la peor
de los tres, de ella fue la idea de vender
las tierras, mis tierras, y los animales,
mis animales; para pagar la universidad,
dijeron. La educación es la mejor
de las inversiones, pero ellos no vendieron
nada de lo suyo. ¿Por qué has
venido? Seguro que los otros no tienen ni
idea de lo que planean estas dos. ¡Tengo
yo hijos, si sé esto! ¡Qué equivocados
estáis si pensáis que voy a
dejar mi casa!
Emilia.- ¿Envidia?
No, no te tengo envidia. Fuiste muy lista
y tuviste mucha suerte; pero la vejez te
sienta mal, además de fea, desdichada.
Cómo lamentaba Carmelo, pobrecito
mío, no haberse casado conmigo; se
murió antes de conseguirlo.¡ Cómo
te ensañas con mi soltería! ¡Qué mala
eres! Y de tus cuatros hijos sólo
te queda mi Carlota. Los otros están
vivos pero siempre ocupados, fueron más
listos y tomaron distancia antes de que se
endureciera la tela de araña.
María
Rafael Lagar.- ¡Carmelo, ven. Ha venido
la prima Emilia! ( Se remueve en la silla
y suspira) ¡Aaah!
Emilia percibe
los movimientos de su prima y controla sus
pensamientos para preguntar solícita.
Emilia.- ¿Necesitas
algo?
María
Rafaela Lagar.- Me amarga la boca. Siento
una opresión aquí. ( Dice señalándose
la cabeza. Echa la cabeza hacia atrás
y hacia delante) . Me estalla la cabeza. ¡Dame
agua! ( Termina de hablar y deja caer
la cabeza sobre el pecho, los brazos le caen
colgando fuera de la silla de ruedas.)
Emilia se levanta
de la silla y se dirige a la mesa camilla
donde se encuentra la bandeja con la botella
de agua y los dos vasos sin percatarse de
que su prima ha quedado inconsciente.
Emilia.- ¿Debería
hacer la comida? ¿A qué hora
suele venir Carlota? (Dice mientras echa
el agua en el vaso. No obtiene respuesta,
pero continúa hablando.) ¿Traerá ella
la comida?
Dice mientras
vuelve con el vaso en la mano. Comprende
que algo le ha pasado a María Rafaela,
por el silencio que invade la habitación,
porque no escucha el ronquido de su respiración
y por la posición del cuerpo descolgajado
hacía delante. Al aproximarse se hace
patente la respiración entrecortada
y ansiosa de oxígeno de la anciana.
La cabeza echada hacia delante, la barbilla
sobre el pecho y los brazos caídos.
María
Rafaela Lagar.- ¡aaahhh! ¡Juuuu! ¡Aaaaajjhh!
Emilia sostiene
el vaso en una mano sin saber dónde
dejarlo.
Emilia.- ¡Rafaela! ¡Rafaela!
María
Rafaela continúa emitiendo sonidos
mientras respirar con dificultad. Emilia
mira a su prima y luego al público,
con el vaso de agua en la mano, impotente.
Cae un poco de agua del vaso sobre la cabeza
de Maria Rafaela que puede ser a causa del
susto que se da al sentir la presencia de
otra persona en la habitación o quizás
por mala idea, además de no prestar
la atención necesaria.
Carlota.- ¡Qué es
lo que pasa!
Carlota corre
hacia su madre y se agacha a un lado de la
silla para cogerle una mano y frotarla.
Emilia.- ¡Aaah! ¡Qué susto
me has dado! Mira, (dice enseñando
el vaso de agua) me ha pedido agua.
La hija, arrodillada
al lado de su madre se muestra muy preocupada
mientras intenta reanimarla.
Carlota.- ¡Mamá! ¡Mamá,
despierta! ¿Cómo es que está mojada? (Pregunta
al tiempo que le da palmaditas en la cara.)
Emilia se queda
paralizada sin saber qué hacer.
Emilia.- Me
has asustado y se me ha caído el agua. (Dice
desconcertada, como si hubiera sido cogida
en falta. Se agacha un poco e intenta limpiarle
el pelo con la mano izquierda y a punto esta
de verte el resto del contenido del vaso
sobre madre e hija.)
Carlota.- ¡Ten
cuidado, tía! Nos vas a empapar. ¡Deja
el vaso en la mesa que ya la despabilo yo!
( Carlota da golpecitos con la mano a
su madre en las mejillas y la llama) ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Recupérate!
Mientras Emilia
marcha hacia la mesa María Rafaela
abre los ojos.
María
Rafaela.- ¡Que ésa se vaya!
Ordena a su
hija.
Carlota.- ¿Ya
te encuentras bien?
María
Rafaela.- ¡Qué se vaya! No la
quiero en mi casa.
Carlota.- Mamá,
por favor. Que te va a oír.
Emilia regresa
y María Rafaela vuelve a caer inconsciente.
María
Rafaela.- ¡Aaaaaah!
María
Rafaela deja caer la cabeza sobre el pecho
y las manos desplomadas a los lados de la
silla.
Carlota.- ¡Mamá,
por favor! ¡Mamá, no te vayas
otra vez! ¡Mamá! (Le sube la
cabeza mientras habla) ¡Mamá!
Emilia.- ¿Voy
a por el agua?
María
Rafaela da un respingo.
Carlota.- ¡No!
Ya está bien de agua. Ayúdame
a acostarla. Llamaremos al médico.
Carlota empuja
la silla y Emilia diligentemente va abrir
la cama.
Emilia.- ¿La
metemos en la cama?
Carlota.- No
hace falta. ¡Ayúdame, Emilia! ¡Deja
la colcha como está! Debo llamar al
médico enseguida. ( Mientras habla
ha acercado la silla de ruedas a la cama
y coge a María Rafaela por las axilas
de frente a su madre y la eleva ). Retira
la silla, por favor. ( En cuanto Emilia
retira la silla deja caer a su madre sobre
el borde de la cama ) ¡Ya está!
María
Rafaela.- ¡Umm! ¡Aaahh! ( Emite
sonidos como si fuera a despertarse )
Carlota.- Mamá,
por favor, pon un poquito de tu parte, no
te caigas.
Emilia coloca
el gran cojín que hay en medio de
la cama encima de la almohada para que Carlota
pueda colocar la cabeza de su madre.
Emilia.- Cogerá frío.
Carlota.- Es
verdad. En el último cajón
de la cómoda encontrarás un
chal de lana, pónselo por encima.
Voy a buscar a don Mariano. Vuelvo en un
minuto.
Emilia abre
el cajón mientras la otra sale de
escena. Se encuentra muy cerca del público.
Habla ensimismada en sus pensamientos, aunque
sus palabras se dirigen a su prima; sin hacer
por mirarla, ya que sabe que la otra no puede
oírla.
Emilia.- Te
voy a contar un secreto. Yo se lo dejo toda
a Carlota. ¿Y tú, qué? ¿Has
hecho testamento?
María
Rafaela se remueve en la cama y suspira.
María
Rafaela.- ¡Ayyy!
Emilia no se
da por enterada.
Emilia.- ¡Segurísimo
que no!
María
Rafaela vuelve a removerse en la cama y a
quejarse.
María
Rafaela.- ¡Ayyy!
Emilia tira
de un chal de lana, al que se había
referido Carlota, y deja al descubierto un
sobre repleto de documentos. Deja el chal
en el borde del cajón para curiosear
el contenido del sobre.
Emilia.- Mira
lo que he encontrado. Aquí están
las escrituras, los papeles de los bancos, ¿verdad?
Qué es lo que hay aquí. ( Emilia
deja el sobre en el suelo y se arrodilla
para coger otro objeto de dentro del cajón .)¡A
ver! ¡A ver! (Emilia saca una abultada
bolsa de cuero atada con una lazada y, sin
decir palabra, se la guarda en el bolsillo
de la chaqueta.)
María
Rafaela.- ¡Ayyy! ¡Aaah! ( Respira
con dificultad )
Emilia se levanta
con dificultad apoyándose en la cómoda
con una mano y recogiendo el sobre del suelo
con la otra, pero la precipitada entrada
en es cena de Carlota frustra su propósito
de curiosear el contenido. Precipitadamente
introduce el sobre en el cajón que
queda medio abierto con el chal colgando
de una esquina.
Carlota.- ¡Tía,
por Dios! ¿Todavía no la has
tapado? ( Toca a su madre las manos y
la cara ) Está helada.
Emilia.- Es
que no encontraba con qué. ( Se
disculpa )
Carlota coge
el chal y lo desdobla completamente, por
su gesto se sobreentiende que lo considera
insuficiente.
Carlota.- Esto
es poca cosa. Vamos a taparla con la otra
parte de la colcha. ( Carlota va hacia
el otro lado de la cama levanta la colcha
y la echa por encima del cuerpo de su madre) De
momento servirá.
Después
de extender la colcha sobre su madre, Carlota,
coge el chal que todavía se encuentra
medio fuera del cajón de la cómoda
y se lo pone también por encima. Se
sienta en el borde de la cama y toma las
manos de su madre entre las suyas para transmitirle
su calor.
Emilia.- ¿Y
el médico?
Carlota mira
a su tía, pero sus primeras palabras
van dirigidas a su madre.
Carlota.- Tranquila
mamá ( dice mientras la besa la
frente ). Ya estás entrando en
calor. Le han ido a buscar a la cafetería.
Al parecer desde que le han jubilado no para
en casa. ¿Qué tal, ahora? ( Dice
mirando a su madre ) Mejor, ¿verdad?
( Habla a su madre como si la escuchara,
aunque la anciana, postrada en la cama no
mueve un músculo, ni emite sonido
alguno .)
Emilia.- Tiene
mejor color. ¿Quieres que baje a ver
si ya ha llegado el médico? Incluso
podría acercarme a la cafetería.
Carlota.- Sí,
tía. Será lo mejor.
Emilia da media
vuelta para salir del escenario por donde
había entrada Carlota, y ésta,
de espaldas a su madre abre el primer cajón
de la cómoda a la búsqueda
de la manta de viaje que debe estar en alguno
de los cajones.
María
Rafaela .- ¡Carlota!
Carlota, muy
asustada, reconoce la voz de su madre y de
un salto se vuelve hacia su madre.
Carlota.- ¡Mamá! ¡Por
favor! ¡Qué susto me has dado!
María
Rafaela intenta incorporarse en la cama.
María
Rafaela.- Hija, qué malita me he puesto.
( Dice con un hilo de voz. )
Carlota.- Tú,
tranquila. Habrá sido una bajada de
azúcar. ( Carlota se sienta en
el borde de la cama, obliga a su madre a
que se eche de nuevo y la coge las manos.) La
tía Emilia ha ido a buscar a don Mariano.
Ahora mismo te vas a tomar una manzanilla
para que entres en calor.
Intenta levantarse
del lecho sin conseguirlo. María Rafaela
tiene las manos de su hija bien agarradas
e impide que se vaya.
María
Rafaela.- Quiero que se vaya. ( Dice
María Rafaela con determinación .)
Carlota.- ¿Quién
quieres que se vaya? ( Pregunta Carlota,
a pesar de que saber perfectamente que su
madre se refieres a Emilia ) ¿La
tía Emilia?
María
Rafaela.- Sí. Qué se vaya.
Carlota.- Mamá,
por favor. Cómo le voy a decir que
se vaya. Ha venido a ayudarnos, a estar contigo.
María
Rafaela.- ¡Qué se vaya! ¡No
la quiero en mi casa! ¡He dicho que
se vaya! ¡Cómo quieres que te
lo diga!
María
Rafaela grita a todo pulmón, con una
energía avasalladora.
Carlota.- Mamá,
no grites así. Te va a oír.
María
Rafaela.- Si me oye, mejor. No quiero verla
más por aquí.
Carlota.- De
acuerdo. Está bien. Pero explícame
el porqué.
María
Rafaela.- ¿Es que no lo sabes?
Carlota.- Pues
no, no lo sé. Cuéntamelo tú.
De aquí no me muevo hasta que me expliques
qué es lo que os ha pasado. ( Dice
Carlota intentando tranquilizar a su madre,
con el propósito de entender qué había
sucedido para ponerla tan alterada.)
María
Rafaela.- Quiero que se vaya porque es una
ladrona.
Carlota.- Mamá,
por favor, qué cosas dices. La tía
no es una ladrona, tiene más de todo
que tú. ( Carlota intenta levantarse,
pero su madre todavía la retiene sujetando
fuertemente sus manos ) A ver, dime,
qué es lo que te ha robado.
María
Rafaela.- A ti.
Carlota.- ¿A
mí?
María
Rafaela.- Sí. Quiere quedarse contigo,
lo ha querido siempre. Me ha dicho que ha
hecho testamento y te lo deja toda a ti.
Eso me ha dicho.
Carlota.- Pues
no sabía nada. Y me da lo mismo, mamá.
Eso son cosas de la tía, siempre hablando
de herencias y de dinero. ¿Eso es
lo que te preocupa?
María
Rafaela.- Dice que me vaya a vivir con ella
a su residencia para tenerte a ti. ¡Yo
no quiero ir! ¡Ayyy, qué desgraciada
soy! ( Conforme habla se enerva más
y más. Grita y llora al mismo tiempo ) ¡Me
quiero morir! ¡Hija mía, de
mi vida, escúchame. Quiero morir en
mi casa, en mi cama! ¡Hija, mía!
Carlota se abraza
a su madre y la acuna como a un bebé.
Lloran juntas unos segundos.
Carlota.- (Limpiándose
las lágrimas.) Tranquila,
mamá. Estate tranquila. De aquí no
te moverá nadie hasta que tú no
lo pidas.
María
Rafaela.- ¿Lo juras?
Carlota.- Te
lo prometo, mamá.
María
Rafaela.- Te creo, hija. Ve y hazme esa manzanilla,
a ver si me entono un poco.
Carlota coloca
la otra almohada de la cama (tiene dos) debajo
de la cabeza de su madre, mientras las luces
van fundiendo en un negro intenso y se cierra
el telón, para volverse a abrir casi
de inmediato.
Cuando se vuelve
abrir el telón la disposición
del mobiliario ha variado ligeramente. Del
dosel de la cama cuelgan unas cortinas negras
que la ocultan. La mesa con las dos sillas
se ha adelantado hacía el patio de
butacas, aunque sin invadir el proscenio.
Dos mujeres: Carlota y Marta, hermanas, están
sentadas a la mesa. La luz se concentra en
la mesa donde las dos hermanas hablan tranquilamente
y en contraposición las sombras ocultan
el resto del escenario.
Carlota.- Has
llegado por los pelos.
Marta.- Y qué quieres,
llamaste cuando ya había muerto. Ya
ves, a Alfonso le ha sido imposible venir.
Carlota.- Llevo
el año entero, qué digo, desde
hace dos años, diciéndote que
mamá estaba muy mal y que en muchas
ocasiones ni me reconocía; incluso
te conté lo de las alucinaciones.
Marta.- Ya lo
sé. Pobrecita, soñaba con sus
cabras. Qué quieres, le ha costado
diez años morirse. No podíamos
estar aquí cada dos por tres.
Carlota.- Además,
estaba yo; claro. Pero yo no vivía
con ella. Yo tengo mi propia familia, mi
trabajo, mis hijos, mi marido; lo mismo que
tú. ¡Qué fría
eres¡ (Carlota posa la mano izquierda
en el asiento de la silla para levantarse
y la mano derecha encima de la mesa, dejando
al descubierto una ostentosa pulsera de eslabones
de oro. La conversación con su hermana
la está irritando por momentos .) ¡Qué corazón
tan duro! ( Eleva la voz, pero se controla .)
Por favor, que estas hablando de tu madre,
ten un mínimo de decencia y compasión.
Vuestro comportamiento, el tuyo y el de los
otros dos, ha sido…..mal… perverso.
Marta.- No habrá sufrido
tanto nuestra falta cuando ni siquiera a
ti te reconocía a ti. ( Comenta
en un vano intento de disculpa .)
Carlota.- Eso
fue al final, pero se ha pasado años
preguntando por su Marta, su Rafael y su
Fernando. Hasta que dejó de hacerlo.
Carlota decide
no levantarse, se acomoda en la silla y pone
los codos encima de la mesa, sujetándose
la cabeza con las manos, y dejando de nuevo
al descubierto la pulsera.
Marta.- Tienes
razón. De verdad que ahora lo lamento.
Tenía muy mal carácter y yo
me llevaba especialmente mal con ella, pero
al menos debería haberle dado la satisfacción
de ver más a menudo a sus nietos.
Por cierto ¿esa pulsera no es de mamá?
Carlota acaricia
la pulsara con la mano izquierda.
Carlota.- Las
joyas se las regalo a tía Emilia.
Y a mí me pareció bien, la
pobre Emilia se pasaba horas y horas haciéndola
compañía.
Marta.- ¿Esta
viva, tía Emilia?
Carlota.- Sí.
Esta muy viejecita, pero muy ágil. ¿No
la has visto en la misa? Estaba a mi lado.
Marta.- No.
Ya sabes que llegué tarde y tuve que
permanecer al fondo hasta que terminó el
responso. A mí me reconocía
todo el mundo y yo, después de tantos
años, no te puedo nombrar ni la mitad
de los nombres de las personas que se acercaron
a darme el pésame. Entonces, dices
que la pulsera era de mamá.
Carlota.- Mamá se
la regaló a tía Emilia y tía
Emilia me la ha dado a mí.
Marta.- Me parece
bien. Al fin y al cabo tú te hiciste
cargo de ella durante muchos años.
Carlota.- Querrás
decir durante siempre.
Marta.- Por
supuesto. A mí me parece bien que
tengas tú personal compensación,
pero a lo mejor Rafael y Fernando no piensan
lo mismo. Según me han dicho quieren
dejar resuelto el tema del notario entre
hoy y mañana.
Carlota.- ¿Qué cosa
del notario?
Marta.- Ya sabes,
repartir la herencia. Lo que se haga en estos
casos.
Carlota.- Querrás
decir ir al banco.
Marta.- Primero
al notario para lo de la declaración
de herederos.
Carlota.- Estás
equivocada, se va al notario cuando hay bienes
y mamá se los comió.
Marta.- ¿Qué dices?
Carlota.- Como
tú bien has dicho antes, han sido
diez años de agonía durante
los cuales ha estado atendida mañana,
tarde y noche. Y eso, querida hermana, cuesta
mucho dinero; y para el bien de nuestra madre,
hubo de donde tirar. Habrá que ir
al banco, por si hay que hacer frente a alguna
deuda.
Marta.- ¿Qué dices?
Carlota.- No
te repitas por favor.
Marta.- Y¿ qué has
hecho con la ayuda del Estado para personas
dependientes?
María
Rafaela.- ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! (Sonoras
y siniestras carcajadas inundan el escenario
mientras cae el telón.)
FIN. |