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A mis queridos maestros, aquellos escritores del pasado que se atrevieron a escribir lo que veían y sentían.

 

 

 

 

 

 

 

Cómo es posible que en una sociedad democrática sea obligatoria la colegiación en alguno de estos grupos (veterinarios, médicos, farmacéuticos, ingenieros, arquitectos, abogados, etc.) para poder ejercer profesionalmente. Los colegios profesionales tienen unos presupuestos de millones de euros. Es lo mismo que si para poder trabajar se tuviera que pagar directamene a un sindicato.

 

 

Este es un asunto, la colegiación obligatoria, que conozco bien por los veinticinco años en los que fuie la periodista del Consejo General de Colegios Veterinarios de España y mi vinculación con la Unión Profesional. Un amplio debate introduciría transparencia en un sector en donde a duras penas entra la luz de la Democracia. Un debate en el que me gustaría participar.

 

 

 

 

 

Ficción

Aquel viaje Pdf

-¿Qué? ¿Cómo se encuentra? ¿Este muchacho es su hijo? dijo extendiendo una mano que ella estrechó mecánicamente. ¡Qué tal!

Nunca dos personas se asemejaron tanto siendo tan diferentes, pensó mientras intercambiaba miradas con la madre y el hijo.

-¡Bien! ¡Gracias!

-¿No me recuerda?

-¡Pues no! respondió la mujer.

-Coincidimos en un viaje.

-¿En un viaje en tren? preguntó ella mientras su mente le encontraba ubicación. ¿¡En aquel viaje!? exclamó.

-Sí, en aquel viaje.¿Qué tal se encuentra? preguntó de nuevo.

Ella dudó antes de contestar. Miró a su hijo y luego al hombre, en un rápido gesto que fue suficiente para que él comprendiera que la presencia del chico le impedía ser más explícita.

-¿Se refiere a cuando me confundí de tren?

Su hijo, pendiente de cada una de sus palabras, se levantó del asiento interponiéndose entre ambos con el propósito de escuchar mejor.

Era un muchacho desgarbado en el que se hacía notar los estragos de la pubertad en el sentido longitudinal, largas piernas, largos brazos y largo cuello; bonitos ojos, bonito pelo y una huidiza sonrisa que dosificaba con usura. Era hermoso, inteligente y buena persona a rabiar, aunque él no lo sabía.

-¡Mamá, vámonos ya! exigió eludiendo mirar al hombre a quien había dado ostensiblemente la espalda.

Ella, quien en ningún momento hizo intención de presentar a su hijo, revolvió en el bolso, encontró el monedero y le entregó unos euros.

-¡Ten un poco de paciencia! Ya no tardarán en venir a recogernos. ¡Toma!

-¡Gracias! dijo, y a lentas y largas zancadas se dirigió hacia el quiosco de periódicos.

-¡No tardes! le advirtió mientras se alejaba.

A continuación centró la atención en el hombre y durante unos segundos dejó de parpadear e incluso de respirar mirándole muy seria, muy seria. Sí, era el desconocido a quien había entregado su intimidad, aunque no era la cara que aparecía en sus pesadillas.

-¿Soy o no soy? dijo él adivinando sus dudas.

-¡¿Cómo está usted?! Perdóneme, soy muy despistada. Le recordaba diferente, más delgado, más pálido y mayor. ¡Ha rejuvenecido! Claro que por aquel entonces estaba yo un poco desorientada. Todavía no sé por qué subí a aquel tren. El caso es que allí estaba usted con un traje negro, como el que lleva ahora, ¿es el mismo?; tan alto, delgado y pálido como la misma muerte. ¡Impresionaba! ¡je, je! Río divertida de las barbaridades que le estaba diciendo al pobre hombre.

La palabra muerte no se usa demasiado, es dura, fuerte, oscura y dañina; pesa tanto que obra el silencio. Ella pronunció la palabra innombrable con total naturalidad. La macabra imagen del hombre hurgando en su vida durante aquel estúpido viaje, preguntando y preguntando, sacando datos de su mente amnésica le desagradaba muchísimo; aunque debería estarle agradecida porque le ayudó a volver a la realidad a pesar del dolor. Él no era responsable de su situación, sin embargo, estaba allí trayendo al presente un terrible momento del que todavía sufría las consecuencias.

El hombre asintió sonriendo.

-Sí, estaba usted completamente perdida. Veo que ya se ha encontrado, ya se encuentra bien, ¿verdad? Calló esperando a que ella hablara como lo hizo entonces, volcánica y reactiva.

En aquel viaje se juntaron el hambre con las ganas de comer. Nunca mejor dicho, a ella el impacto que le produjo saber que le habían despedido de su trabajó la dejó amnésica y se subió a un tren que no la conducía a ninguna parte. Él llevaba días a pan y queso, por decirlo de alguna manera. En realidad, se encontraba inmerso en la ruina económica desde hacía años. De sus miserias no habló con la mujer. Qué podría haber dicho, que corría a recoger el enésimo premio literario de segunda fila para sobrevivir hasta el próximo. Que vivía de las migajas que le proporcionaban los alumnos que tuvo años atrás, cuando las universidades se disputaban al brillante escritor revelación. Si se lo hubiera contado no le habría abierto su alma, y ni ella se habría recuperado de la conmoción en la que se encontraba, ni él hubiera tenido la oportunidad de conocer al personaje de la obra que le premiaban hoy.

El fracaso, la mal suerte, el infortunio, la ruina económica son enfermedades sociales que conducen al aislamiento; a pesar de que no son virus contagiosos cursan en quien los padece como si lo fueran. De la ruina económica, por ejemplo, es muy difícil recuperarse si antes no desaparece la mala suerte y el fracaso, que son patologías parecidas pero no iguales, cada una tiene origen y síntomas específicos. Él nunca se había sentido un fracasado, se decía a sí mismo que simplemente estaba sufriendo una mala racha y cambiaría su suerte en cuanto tuviera la fortuna de dar con una buena historia. Ella era su historia y se alegró de encontrarla para poder compararla con su personaje.

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23 de marzo de 2008

Concha R. Canfrán, periodista. Reservados los derechos de propiedad intelectual. Contacto: canfran@conajo.es ó conrodricanillas@yahoo.es Tfno+034 - 616890855