Soy la mujer más cobarde
del mundo, pero no estoy sola, mis hijos son mi
fortaleza, mi valentía y, desde el momento
en que decidí que ellos tendrían
las mismas oportunidades en la vida que los otros,
también mi perdición. Cuando se cerraron
todas las puertas tuve que reinventarme y opté por
vender mi intimidad a las televisiones, que por
suerte no dudaron ni un momento en participar en
la subasta. Por ese motivo, viajo en el AVE a Madrid
varias veces al mes y, por lo tanto, conozco a
muchos revisores. Emilio es mi revisor preferido,
fundamentalmente porque es un chico de mi pueblo
y porque sabe estar en su sitio; es un hombre cabal
y un gran observador; tan simpático y locuaz
como discreto y silencioso si el momento lo requiere. Él
fue quien me avisó de la presencia de “la
sombra”. Si coincidimos a la ida, tomamos un café en
el vagón-cafetería; una sonrisa es
suficiente, si nos vemos al regreso, ya que vuelvo
tan exhausta que prefiero dedicarme a reflexionar
y a tomar notas para el libro de memorias que estoy
recopilando. La tensión emocional que me
provoca rememorar hechos que sin desearlo debo
exhibir y vender al mejor precio es indescriptible.
A mismo tiempo, el temor que me a compaña
desde que comencé con las colaboraciones
en televisión se mezcla con una extraña
exaltación eufórica incontrolable
que venzo escribiendo. Empecé a hacerlo
para controlar el temblor de las manos y de los
pensamientos, ya que las odiosas imágenes
de la noche anterior bailoteaban incansables en
mi mente hasta la nausea. Descubrí que con
el bolígrafo en la mano ni temblaba ni pensaba
más que en lo que deseaba escribir, casi
mecánicamente apunté: ¡Gracias,
Dios mío! Desde entonces, dando gracias
a Dios comienzo o termino la página. Le
presiento en cada una de las buenas personas con
las que me estoy encontrando en este tramo de mi
vida. Emilio, por ejemplo, al pasar por el puesto
de acceso al andén del AVE me ha susurrado: “María,
tienes sombra”. No se le escapa uno, los huele
a distancia o a lo mejor es que se identifican
con anterioridad para no pagar billete. Será eso,
que “la sombra” cree que la placa le hace invisible.
Quien me pone vigilancia -sé quién
es-, si lo hace con el propósito de intimidarme,
consigue el efecto contrario; ya que todavía
queda en mi interior buena parte de la rebeldía
que me hizo quererle hasta que me sustituyó por
la siguiente.
“¡Mamá, no vayas a
la televisión!”
“¿Por qué lo haces?
Si no lo necesitamos.”
“¿Eso creéis?” les
dije a mis dos amores. No tuve más remedio
que sacar los extractos del banco y ponerlos encima
de la mesa.
“Pensáis que voy a televisión
a divertirme, a lucirme un rato y de paso a que
me calumnien y humillen ante millones de personas
ansiosas de conocer las miserias de los poderosos. ¡Voy
por esto!” y les enseñé, muy a mi
pesar, el reducido saldo de nuestra cuenta corriente.
Nunca antes los había hecho partícipes
de nuestras dificultades económicas, pero
se han hecho mayores y deben comprender y aceptar
nuestra mala situación, así como
también lo que me veo en la necesidad de
hacer para superarla.
“Voy porque llevo más de
medio año esperando que me ofrezcan algún
trabajo, porque necesitamos dinero para pasar el
invierno y porque nadie, ni siquiera vosotros me
vais a decir lo que debo o no debo hacer”. Luego
los atraje hacia mí y los abracé muy
fuerte durante mucho tiempo, no quise saber si
lloraban para que ellos no descubrieran que yo
sí lo hacía. Después, para
celebrar el nuevo trabajo, fuimos a cenar a un
asador.
Estaban aterrados, los pobres,
y yo también. Tenemos nuestras razones para
ello, ya que cada vez que firmo un contrato para
hacer televisión, incluso si no hablo de
mi vida íntima, sucede algún contratiempo.
Alguien debe ponerse de los nervios al ver mi cuerpo
maduro en la pantalla, con lo fácil que
es cambiar de canal. Cuando volvimos de cenar encontramos
la puerta de la calle abierta. Supe lo que se habían
llevado a la mañana siguiente al comprobar
lo que faltaba de la caja fuerte. Los dos pajaritos
muertos que dejaron encima de la mesa de la cocina
los tiré al cubo de la basura antes de que
los chicos bajaran a desayunar.
¡Ay mis dos amores! Intentaron
arrastrarme de nuevo al Cuartel de la Guardia Civil,
les dije que lo haría al regreso. No lo
haré. ¿Para qué? He descubierto
que la sombra del miedo solo se vence ejerciendo
la libertad y haciendo lo que a una le da la real
gana que viene a ser lo mismo . ¿Crees
que voy a callar y a dejar que disfrutes tu magnífica
vida, mientras que por compartir tu cama a mí se
me cierran todas la puertas, me llaman puta y a
mis hijos, hijos de puta? Acabo de firmar tres
programas más. ¡Gracias, Dios mío!
Pasaron los años y la historia
de su desdicha cautivó a los ciudadanos
que se veían representados en sus lamentos.
Una cadena de televisión le dio trabajo
y el favor del público la convirtió en
millonaria. A pesar del dinero y la fama o por
el precio que hay que pagar por vender las propias
miserias y las de los demás, sus hijos estaban
en contra de la vida que llevaban.
-¿Por qué no lo dejas
ya, mamá? insistían.
-¡Callad! ¿De qué os
quejáis? Este chollo me lo he ganado a pulso;
de la televisión no me voy hasta que me
echen a patadas.
Diciembre 2007 - ampliado agosto
2011