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Ensoñación dramáticaº1

¡Mucha mierda,querida!.

por: Concha R. Canfrán

 

Personajes por orden de aparición:

Persona que tose.

Inspectora I.

Inspectora II.

María.

La Rubia.

Vicente.

Mujer policía de uniforme.

 

Puto teatro

¡Mucha mierda, querida!

 

En un acto  

Un telón de fondo ofrece la filmación en vídeo de una comisaría de policía. La cámara va entrando y filmando las distintas dependencias, hasta que se abre una puerta y una mano tapa el objetivo. Se hace la luz en el escenario ocupado por varias mesas de despacho. Sólo una de las mujeres va vestida con uniforme, el resto va de paisano. Suenan los teléfonos, hablan entre ellas. Hilo musical de fondo, bandas sonora de películas antiguas. Los intérpretes permanecerán durante toda la representación entrando y saliendo del escenario.

(Una persona tose desde bambalinas)

Persona que tose.- ¡Coff! ¡Coff! ¡Coff!

(Alguien de entre las personas que están en las mesas protesta.)

Inspectora I.- Tómate algo, vas a conseguir infectarnos a todas.

Persona que tose.- ¡Coff! que quieres (Entra en escena tosiendo medio ahogándose) no puedo remediarlo.

Inspectora I.- ¿Quién habla con la Rubia?

Inspectora II.- La pesada del otro día. Déjala que nos la entretenga. Todavía tengo que preparar

el expediente, (sonido de revolver archivadores y papeles) que…. ¿Alguien ha cogido la denuncia de Olmedo? No está…..donde debería. (saca una carpeta) porque lo tengo aquí. ¡No lo busquéis que ya lo he encontrado…!

(La inspectora se aleja con la carpeta en la mano)

María y la Rubia son enfocadas directamente mientras el resto de la escena queda en una sombra ligera. Aunque no intervengan en el diálogo principal el personal femenino de la comisaría entrará y saldrá de la escena como si estuvieran trabajando, para dar movimiento al montaje. María y la Rubia visten de forma informal. María debe llevar obligatoriamente, por lo que más tarde se desvelará, unas mallas color carne o pantalón y camiseta muy ajustada; sobre ellas una gabardina si se representa en invierno o un blusón suelto abierto por delante, en el caso de que sea verano. Por su parte, la Rubia debe ir vestida muy elegante y conjuntada. Encontramos a María de frente inclinada sobre una mesa de despacho, la Rubia en una esquina de la mesa intenta desprenderse del acoso verbal de la primera. No lo conseguirá, ya que, en el transcurso de la breve conversación, María sacará unas esposas que pondrá, una en la muñeca de la mujer y sujetará la otra a su propio brazo).

María.- (Las primeras palabras de una conversación empezada que se pierden mezcladas con ruidos diversos y la tos de la policía enferma) Sentí una sensación de vacío interior,.... ( el sonido de la tos ¡coff! ¡coff! ¡coff!) que no puedo describir. ¿Usted se ha desmayado alguna vez? (ella habla rápido, no porque ésa sea su forma de hablar, sino para impedir que la otra la interrumpa. ) Por un instante creí que perdía el equilibrio. Fue, créame, ¡espantoso! Unas nauseas, un asco, un sudor frío que me empapaba todo el cuerpo; por suerte, tan pronto vino se fue. El vértigo casi me hace caer al suelo.

La Rubia.- (Intenta meter baza en el monólogo) Creo que se confunde de ......

María.- Seré breve.Ya lo sé. Están muy ocupados, así que tengo que ir al grano. Pero, ¡por favor! sólo pido un poco de consideración. Alguien tendrá que escucharme hasta el final, ¿Cómo si no van a valorar si hay delito o no hay delito? Eso es lo que dicen ustedes. Pues, para valorar hay que escuchar. ¿O no?

La Rubia.- Es que yo pasaba por aquí para ir .. ( María empuja la silla que se interpone en su camino hacia la Rubia, a quien agarra fuerte por la muñeca). ¡Señora! ¿Qué hace?

María.- Siéntese y escuche. Después, si le parece que mi historia no es denunciable, lo dice. Le juro que me marcharé y no volveré a poner un pie en una comisaría de policía durante el resto de mi vida. ¿De acuerdo?

La Rubia.- Es que yo no soy la persona indicada.

María.- Ya veo. Lo que dicen todos. Esa excusa no le va a servir, porque no, porque ya me he cansado de esperar a que me toque el turno. (Se abalanza sobre ella empujando la silla que se interpone en su camino, la agarra por el brazo inmovilizándola, con mucho aspaviento consigue ponerle unas esposas: una argolla la fija en la muñeca de la Rubia alzando la mano donde lleva fuertemente asida la otra, de tal suerte que arrastra a la mujer que está a punto de caer al suelo). Ahora me va a escuchar.

La Rubia.- ¡Señora! ¿Qué hace usted? Quíteme las esposas inmediatamente

María.- ¡Ni hablar! ¡Ve! La otra me la pongo yo (Se escucha otro clic) Qué se cree. Hoy estoy preparada y dispuesta a no salir de aquí hasta que alguien me escuche. He venido a todas las horas imaginables: temprano, casi de madrugada; a media mañana, a la hora de comer y por la tarde; ¡yo qué sé cuántas veces! y siempre encuentro a un montón de personas, de acá para allá, cruzándose a toda prisa por los pasillos; pero, nadie tiene tiempo de escucharme a mí. ¡ Míreme! Se lo digo en serio, no la voy a soltar hasta que me escuche. ¡No la voy a soltar! ¿Está claro?

La Rubia.- ¿¡Será posible!? ¡Quíteme las zarpas de encima, señora! ¡Es qué se ha vuelto loca!

Inspectora I.- No te hagas la dura, Rubia. Atiende a la señora . Al parecer hay que esperar un buen rato hasta lo nuestro.

María.- ¿Me escuchará o qué?

La Rubia.- (Sin contestar a la pregunta) Quíteme las esposas ¡Por favor! Ayúdame Zapata (Dirigiéndose a la Inspectora I) Dile que me deje en paz, haz el favor, dile que yo no soy quien debe tomarla declaración.

María.-¿Se irá?

(La Inspectora I que estaba a punto de salir de escena regresa y dice conciliadora).

Inspectora I.- No se irá. Se lo garantizo. Usted sea amable con ella. Vamos a quitarte las esposas ( El clic de la llave abriendo las esposas) . Venga Rubia. Escucha a esta señora y luego hablamos tú y yo.

La Rubia. - Pero, sin tocar, que no respondo. Siéntese allí, al otro lado de la mesa, bien lejos de mí. (Ruido de sillas)

María.- Como le iba diciendo, me puse malísima, malísima. La pérdida auditiva fue casi total, aunque no llegué a quedar inconsciente en ningún momento. Recuerdo cada una de las palabras pronunciadas por las personas que me ayudaron, el olor de sus alientos sobre mi cara y del sudor de sus cuerpos; incluso la palidez de mi cara reflejada en sus pupilas. El esfuerzo que hice por responder a las muestras de ayuda de cada uno de ellos impidió que me desmayara. La cajera salió de detrás de la mampara de cristal blindado y me hizo beber un vaso de agua. (¡Coff! ¡Coff! ¡Coff! las toses se repiten y junto a la música ambiental impiden que la Rubia escuche bien la última frase de María).

La Rubia.- ¿Cristales blindados? ¿Dónde fue que la pasó eso?

(María, que ha tomado carrerilla, continúa con su relato)

María.-Yo estaba allí en medio tirada en el suelo rodeada por las personas que me seguían en el turno, sin fuerzas para levantarme. Recuerdo que la cajera me dijo al oído. ¡Mucha mierda, querida! Bébase el agua y váyase a casa.”

La Rubia.- ¿Mucha mierda?

María.- Como lo oye. “Mucha mierda, querida”. ¿No sabe lo que es mucha mierda?

La Rubia.- Sí sé lo que es mucha mierda. Mucha mierda es mucha mierda. Ahora, que le digan a una “¡Mucha mierda, querida!” Eso es mentira, se lo está inventado sobre la marcha.

(La desconfianza de la mujer hace que María pierda los nervios)

María.- ¿Cómo es capaz de decir que miento? (María eleva la voz) ¡Usted es una mala persona, una miserable! ( María fuera de sus casillas.) ¡Yo no miento, señora!

La Rubia.- Vale, bien, ya ha quedado claro que no miente; tampoco es... (María no deja que continúe).

María.-Sí. Piensa el ladrón que todos son de su misma condición. Está usted segura de que yo miento porque es fácil hacerlo desde la impunidad, porque quizás usted manipula, tergiversa y abusa cuanto puede con el poder que da su cargo.

La Rubia.- Me está usted insultando....

(María no deja que continúe)

(Impulsada por la pasión que pone en su exposición se levanta de la mesa y se aleja dos pasos, mientras la Rubia la observa entre resignada y perpleja).

  María.- ¡Ya está bien! Qué es eso que dicen ahora incluso los jueces que las mujeres mentimos cuando denunciamos que nos acosan, nos maltratan, nos pegan, nos humillan ¿y cuando nos matan? También mentimos cuando nos matan. Cuando reclamamos con firmeza y razones lo que nos parece justo o lo que nos da la real gana somos sospechosas, mentirosas o locas. ¿Qué es lo que está pasando? Pues lo sepa usted: ¡yo no miento! es más, estoy segura de que las mujeres mentimos mucho menos que los hombres. Y si alguien lo hace, hombre o mujer, que el peso de la ley caiga sobre su cabeza. Pero mientras no se demuestre lo contrario, exijo respeto de los jueces, de los policías y del mismísimo Rey. Quiero el respeto que doy.¿Usted cree que a mí me apetece contar mi vida íntima al primero que pasa?

(Queda en silencio un instante y la Rubia intenta hablar. )

La Rubia.- Cálmese, mujer. Perdone si la he molestado ....

(Dice un tanto asustada por la inesperada y desproporcionada reacción de la otra. Pero María sigue con su parlamento sin hacer caso de sus disculpas. )

María.- Por qué y para qué voy a decir yo que aquella mujer me dijo: ¡Mucha mierda, querida! si no fuera verdad. Con qué motivo iba yo a mentir por algo así. Ni por esa idiotez ni por nada.

(La Rubia intenta quitar dramatismo a la conversación).

La Rubia.- Por evitar un disgusto está permitido.

María.- Eso se lo ha inventado un mentiroso, de los muchos que hay en este país. Así se empieza, con muy buenas intenciones, pero más vale un buen disgusto a tiempo que la más compasiva de las mentiras. Y sé de lo que hablo. La mentira siempre termina perjudicando a alguien, y más tarde o más temprano cae como una pesada losa sobre quien la levantó.

La Rubia.- Pues vale, vale. ¡Mucha mierda, querida!

(María se tranquiliza y vuelve a sentarse en la silla).

María.- Realmente en aquel momento tampoco yo lo entendí, después supe que la gente del teatro se lo dicen unos a otros para desearse suerte antes de un estreno. Más tarde, recordé que soñar con mierda es buena suerte, y sobre todo dinero; significa que vas a recibir dinero; cuanto más grande más dinero.¿Nunca ha soñado usted con mierda?

(La Rubia vuelve a sorprenderse ante el cariz escatológico de la conversación).

La Rubia.-Yo no , ¿usted sí?

María.- Muchas veces.

La Rubia.- ¿Y es verdad lo del dinero?

María. - Por supuesto.

La Rubia.- ¿Se lo han robado?

María.- No.

La Rubia.- ¿No viene a denunciar un robo?

María.- No señora.

La Rubia.- Entonces, ¿qué es lo que quiere ?

(Enfadada)

María.- Se lo diré cuando deje de hablar y de hacer preguntas.

La Rubia.- Será posible que esto me esté pasando a mí. Cuente lo que quiera, mujer, pero rápido.

María.- Lo mismo, lo mismo pensé yo. Recuerdo muy vivamente las sensaciones y sentimientos que durante aquella jornada me acongojaron hasta casi perder el sentido, y me llevaron de la alegría a la tristeza, sucesivamente y sin descanso; para arrastrarme, por último al desconcierto y la más completa desolación. Cómo era posible que Vicente .....

(La Rubia la interrumpe inoportunamente cuando va a comenzar la narración de los hechos).

La Rubia.- Señora, por favor, sus sensaciones y sentimientos no le importarán al juez un.., una mierda. Datos, hechos, pruebas. Eso es lo que la van a pedir.

(Sobre la música ambiental pasos acercándose)

Inspectora I.- ¿Qué Rubia? ¿Cómo va eso?

La Rubia.- ¿Ya me toca?

Inspectora I.- Todavía no, tranquila. ¿Le atiende bien la Rubia, señora?

La Rubia.- Ni bien, ni mal. Bueno, más mal que bien, Ni siquiera ha tomado nota de mi nombre.

Inspectora I.- Qué hay de tus modales, Rubia, tan fina que eres cuando quieres. Discúlpenos, hoy es un mal día para todos. Primero tenemos que comprobar que exista delito o falta, si los hechos corresponden a una agresión en el caso de que hubiera lesión, si se tratan de simples altercados o son desavenencias familiares. ¿Comprende usted? Es que la Rubia ha vuelto a casa después de unas largas vacaciones y está desentrenada. Tenga un poco de paciencia con ella. (Dice sonriendo y palmeando a la Rubia en un gesto de complicidad, mientras que la otra no mueve ni un músculo del cuerpo aceptando resignada su papel).

Maria.- En lo mío hay delito. Ya lo creo que hay delito, y muy gordo.

Inspectora I.- Entonces cuénteselo todo a la Rubia.

(Se aleja).

La Rubia.- Continúe. (Con tono de cansancio) Y abrevie que, como siga yéndose por las ramas, no terminaremos nunca. Datos, hechos, pruebas; cuente lo que le ha pasado por orden y no se disperse. A ver si me puedo enterar de algo.¿Quién es Vicente?

María.- Vicente es mi marido.

La Rubia.- ¿Está casada?

(María observa que ella no toma nota y se sorprende)

María.- ¿No toma anota?

La Rubia.- De momento no. Luego. ¿Cuántos años tiene usted?

María.- Cuarenta y dos. ¿La edad importa?

La Rubia.- Por supuesto, la edad siempre importa.

María.- Mi marido tiene cuarenta y cinco. Aquel día llegó a casa sobre las ocho y media de la tarde, no era la primera vez que sucedía algo parecido, pero después de aquel día fue a peor. Me he casado de segundas, sabe usted.

La Rubia.- ¿En segundas nupcias? Quiere decir que es su segundo marido.

María.- Él no es mi segundo marido, yo soy su segunda mujer. De la primera no sé nada. Él me dijo que era viudo, pero nos casamos por lo civil; aunque yo tenía ilusión de que fuera por la iglesia, en la catedral de mi pueblo que es una maravilla; pero el no quiso o no pudo, vaya usted a saber. La otra puede que esté por ahí viva o que esté muerta.

(La Rubia se anima ante el cariz que esta tomando la declaración y la posibilidad de quitarse aquella mujer de encima)

La Rubia.- ¿Sospecha de un asesinato? Porque de ser así tiene usted que ir a la sección de homicidios.

María.- ¡Pues no ve usted que estoy viva!

(La Rubia comprende que es imposible zafarse de ella y se resigna a escucharla)

La Rubia.- ¡Ufff! ... Continúe por donde le parezca.

(María se levanta de la silla e inicia de nuevo su relato entusiasmada)

María.- Preparé una cena excepcional, como la de Navidad, con la vajilla buena, el mantel bordado, centro de mesa, velas encendidas. Me duché y lavé el pelo, me maquillé, me puse el camisón y la bata de muselina roja que había comprado; quité las fundas del sofá y esperé sentada escuchando a música. Estaba tan excitada y tan contenta. (Se emociona y cambia el tono de voz cuando se refiere a su boda.) Hice una mala boda, sabe usted. En nuestro primer aniversario ya ni hablábamos. Y pronto comprendí mejor era no hacerlo, porque en cuanto abría la boca era para llevarme la contraria o pedirme que vendiera algo.¿Cómo no me di cuenta de sus propósitos?

La Rubia .- (Hace un gesto de asentimiento con la mano.)

María.- Tenía tantas ganas de casarme y ser feliz. Fui una novia añosa, enamorada y autoengañada Quizás me esforcé más de la cuenta. Tenía que haber cortado a la primera humillación. Cuando me dijo: ¡No comas con tanta ansia! ¡Es que da asco verte comer! debí haberme dado cuenta de que alguien que te quiere no te habla con tanto desprecio y repugnancia. Entonces todavía tenía casa propia, las huertas, el monte y las acciones de Telefónica. (Queda pensativa unos segundos) . No me decía gorda a las claras; eran consejos porque te quiero….. Para que necesitas las acciones de Telefónica que van fatal; cosas así. En la Caja recomiendan esperar para vender sin perder, respondía yo. Claro, hasta que ya no valgan nada, replicaba él. La Bolsa ya no es negocio, decía. Estas eran nuestras conversaciones de alcoba. Qué tonta fui. Cada venta una noche de amor, hasta que terminó con todo; de los negocios que íbamos a hacer juntos nunca más se supo.

(La Rubia escucha paciente a la mujer.)

La Rubia.- Señora, si la venta fue consentida no hay delito, tan sólo engaño. Contra eso no hay nada que hacer.

(María se acerca a la mesa y se apoya con las dos manos para hablar.)

María.- Ya lo sé. Qué más da. El dinero sólo sirve cuando se necesita, no te hace la vida más feliz; sé de lo que hablo. Perdí mi herencia con este matrimonio, pero mi ángel de la guarda y mi buena suerte me salvaron de una vida miserable junto a él.

La Rubia.-Entonces ¡qué narices quiere usted denunciar!

(María se aleja haciendo como si bailara un tango muy sensual alejándose de la mesa, hacía un lateral del escenario ).

María.- Todo a su tiempo. Aquella noche estaba yo tan contenta e impaciente como una novia en celo.......

(Las sombras ocultan la mesa en donde la Rubia escucha resignada el relato de Maria)

(Ruido de llaves y apertura de una puerta. Aparece en escena el marido. Un hombre normal, más bien fuerte, vestido de forma vulgar, sin afeitar. Muy sorprendido por lo que ve. Ella interrumpe el baile y se abraza a su cuello).

Vicente. ¿Qué es esto? (Dice malhumorado).

(Ella consigue besarle a pesar de su resistencia)

María.- ¿Qué te parece? (Da unas vueltas alrededor del hombre abriendo y cerrando la gabardina exhibiéndose)

(El marido la separa con cierta brusquedad para hacerse un hueco por donde pasar)

Vicente.- Que te has vuelto loca. Supongo que se podrá devolver.

María.- Devolver el qué, la comida (Responde ella sorprendida. Sigue dando vueltas alrededor del hombre de forma muy insinuante).

(El hombre la vuelve a separar con un poco más de fuerza, aunque no consigue quitársela de encima)

Vicente.- ¡Estate quieta! Qué llevas puesto (él toca la gabardina como si tocara el conjunto de noche) Habrá costado ni se sabe. Qué manía tienes de comprarte la ropa pequeña. No ves que no es tu talla. (Ella intenta rodearle con sus brazos sin conseguirlo). Déjate de tonterías y vamos a cenar. Ya me dirás qué mosca te ha picado ahora, siempre estás con inventos.

(El hombre se interna en la zona de sombra y desaparece)

(María ha vuelto a la mesa y se ha sentado en su silla).

La Rubia.- ¿De verdad? ¿Eso dijo?

María.- ¡Qué manía con la verdad y la mentira! ¿Por qué va a ser mentira? Me decía gorda cuando no lo estaba, me decía tonta, estúpida e incapaz de llevar mi economía para desplumarme; incluso me decía calva cuando se me caía el pelo por los nervios y la mala vida que me daba.

La Rubia.- ¿Nada más? ¿No la pegaba?

María.- Claro, a usted le parece poca la humillación, el desprecio, el desamor, la desesperanza y las ganas de llorar permanentes. Jamás me puso la mano encima, se limitaba a empujarme y una vez me dio un cabezazo, porque le puse muy nervioso; eso dijo para disculparse. Pero yo no esperé a que me diera el segundo o el tercero. Aunque ¡ojalá lo hubiera hecho! supongo que ahora me tomarían más en serio.

(La Rubia se compadece de ella).

La Rubia.- No diga eso mujer, quizás estaría muerta. Fíjese todos los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas que llevamos. Está haciendo lo que debe hacer, denunciar. (María se tapa la cara con las manos) Venga, continúe ¿qué pasó?

María.- Cenamos. Bueno cenó él, porque yo estaba tan indignada que no probé bocado. Ni siquiera se quitó la ropa de calle, ni se lavó las manos, ni me dirigió una mirada durante la cena; fue la cena más triste de mi vida. Yo sí me quité el salto de cama y lo guardé en la caja para devolverlo al día siguiente. Cuando salí de la habitación de matrimonio ya había tomado una decisión. Él seguía engullendo langostinos. ¿Te gustan? le dije. Sí, se nota que son de los buenos. (María imita la voz del hombre.) Viéndole tan tranquilo, degustando la cena, completamente ajeno a mis sentimientos, no pude evitarlo y lo hice.

(La Rubia se sobresalta)

La Rubia.- No lo habrá matado. ¿Viene a entregarse?

(María se ríe)

María.- ¡Ja, ja, ja! ¿Qué dice? ¿Cómo voy a matarle si tiene unos brazos de camionero...? Vamos me tritura el pescuezo con una sola mano. Qué va. Hice una tontería, si me hubiera ido por la puerta sin más; pero no, metí la pata. Despechada le conté una historieta y él se la creyó. Desde entonces me odia a muerte. Mentir ni en sueños, sé lo que me digo.

La Rubia.- ¿Y qué historia es esa?

María.- Me la fui inventando sobre la marcha. Le dije .. (Pequeño silencio) ¿Tú qué crees que haría una inglesa en estas circunstancias, Vicente? (Silencio) Te lo diré yo. Se pondría a dieta rigurosa y en el momento en que estuviera preciosa se marcharía con el vecino de al lado. (Pequeño silencio) Y una alemana, ¿qué haría una alemana para vengarse de un marido ingrato? Durante un tiempo prepararía comidas muy sabrosas, como a ti te gustan; de las de mojar pan y beber vino; de postre, compraría tartas, pasteles y helados irresistibles, hasta que el marido estuviera bien cebado y una apoplejía le dejara majareta, momento en el que ella desaparecería de su vida. ¿Y una sueca? Lo de la sueca es todavía mejor. Sin dejar de ser la esposa más cariñosa del mundo, al cabo de unas semanas empezaría a sustraer pequeñas cantidades de las cuentas corrientes de la familia y desaparecería con todo el dinero. Curiosamente él se reía y yo estaba embalada inventando soluciones a mi problema. ¿Qué haría una francesa? Muy fácil, llamar a su abogada y al camión de la mudanza. ¿Y una italiana de la mafia siciliana? Esto es verídico lo he leído en los periódicos. Lloraría todas las lágrimas que no soltaron las otras, y entre lágrima y lágrima echaría unas gotas de un veneno de fórmula antiquísima en el aceite de la ensalada. Casi se atraganta. Cuando le conté la historia de la española dejó de reír.

(La Rubia también estaba intrigada)

La Rubia.- ¿Qué hizo la española?

María.- Él también lo preguntó. La española que había preparado una fiesta para su marido porque desea compartir con él el premio que le había tocado en la lotería, despechada por su desprecio, como, gracias a Dios, aunque muy mermada en su economía todavía era una mujer independiente, se marchó sin dar explicaciones y todavía la está buscando.

(La Rubia queda impresionada por el relato de María)

La Rubia.-¿La ha tocado a usted la Lotería? ¿Es verdad eso?

(María responde con impaciencia)

María.- Qué manía con la verdad y la mentira. Y qué más da ( Adopta un tono serio) . Él debió creer que sí porque intentó que volviera a su lado y cuando comprendió que se le había escapado la presa viva no lo pudo resistir. Creo que le da lo mismo viva que muerta. He presentado la demanda de separación, pero mientras llega y no llega temo por mi vida. Se estropearon los frenos del coche y casi me mato, me caí por la escalera al pisar una mancha de aceite que nadie sabe cómo apareció allí, entran en mi casa desenchufan el automático de la luz, revuelven los papeles de los bancos. Desde entonces me pasan cosas raras. Ya no aguanto más. Estoy muy asustada....

(La Rubia no sabe si compadecerse de ella o tratarla como a una loca)

La Rubia.- ¡Bueno!, eso es que quiere heredarla.

María.- ¿Se ríe usted de mí?

La Rubia.- Qué no mujer. Se lo digo para quitar importancia. Son cosas que pasan, pero que no tiene porque ser él; son accidentes normales. Ya verá, en cuanto ponga usted la denuncia y salga la sentencia de separación se solucionarán sus problemas.

María.- Sí, cuando acabe conmigo. ¿Denuncia? Denuncias ya he puesto tres, pero él tiene respuesta para todo. Nadie me cree. Él siempre está lejos del lugar de los hechos; y lo demuestra. Estoy sola, estoy perdida...

La Rubia.- María, respira hondo y tranquilízate ¿Puedo tutearte?

María.- ¿Usted me cree? (Se moja los labios con la lengua) Tengo la boca seca. ¿Puedo beber un vaso de agua?

La Rubia.- Perdóname debía habérselo ofrecido. Es de tanto hablar.

(La Rubia ha dulcificado su todo de voz y María confunde las palabras..

María.- ¿Qué dice? Qué tengo que ir al bar.

(La Rubia se levanta de la silla, por primera vez desde que María comenzó el relato de sus cuitas y llama a la inspectora I que está sentada desde hace un rato en una de las mesas hablando por teléfono).

La Rubia.- No es necesario........ ¡Chiss! ¡Eh! La señora quiere agua.

(La mujer policía se acerca a las dos mujeres.)

Inspectora I.- Tú quieta ahí. Enseguida lo traen .

La Rubia.- ¿De verdad que la ha tocado la lotería?

María.- Otra vez. ¿Y qué más da?

La Rubia.-A mí, a mí me da lo mismo; pero, seguro, seguro, que el juez se lo pregunta.

María.- ¿Y por qué lo va a preguntar?

La Rubia.- El juez te puede preguntar lo que quiera.

María.- Y a nadie qué le importa lo que yo tenga o deje de tener . (María calla unos segundos y después habla como para si misma). Nos casamos con separación de bienes, porque él así lo pidió. Es mejor, dijo, te casas con un pobre, yo no tengo nada más que mi trabajo y mi amor por ti. Qué más da decía yo, para lo que tengo; cuatro perras y la herencia de mis padres; no merece la pena. Estaba claro que lo que quería era convertir mi herencia en dinero. Es más fácil esconder el dinero que la propiedad de un monte o una casa . (Adopta un tono de voz más enérgico) De dinero que le pregunten a él , yo ya he dado a mi abogada la documentación que me ha pedido, no pienso contestar ni a una pregunta sobre asuntos económicos.

La Rubia.- Es mejor contestar. Se lo digo yo. Para la justicia el silencio es más sospechoso que la mentira. Nuestra sociedad está montada en una gran pirámide de mentiras. Por donde tires del hilo salen mentiras ensartadas como salchichas. Pero, lo peor no es que la mentira esté generalizada e institucionalizada, lo peor es que, unos mientes a placer con total impunidad, mientras que a otros nos pillan a la primera de cambio. Y si no, fíjese en lo que le sucedió a usted. Quiso cambiar las reglas del juego, quiso castigar a su marido con una mentira y fíjese en qué situación se encuentra. Miente usted mal. Y su mentira o su verdad, que para el caso es lo mismo, ha despertado la codicia de su marido pero yo creo que hay salida....

María.- ¡Ay Dios mío! (Quejumbrosa)

La Rubia.- Seguro que tiene separación de bienes.

María.- Sí. (con un hilo de voz)

(Se acerca una mujer policía con un vaso de agua en la mano).

Mujer policía de uniforme.-Aquí viene el agua.

María.- ........... Umm ¡Muchas gracias!

La Rubia.- ¿Ya me toca?

Mujer policía de uniforme .- Sí.

(La Rubia se levanta con intención de irse)

Maria.-Oiga usted, esta señora me atiende a mí ¿A dónde va?

Mujer policía de uniforme .- A declarar.

Maria.- ¿Ella? Soy yo la que tiene que declarar.

Mujer policía de uniforme.- Lo dudo, salvo que sea usted la Rubia, la Duquesa, la Elegante; una sinvergüenza que se cree muy lista.

María.-¡Qué! ¡Qué! ¡Qué!, ...........

La Rubia.- María, esta gente no tiene nada sólido contra mí . (Con precipitación) Si quiere resolver su problema pregunte por mí en El gato negro..

Mujer policía de uniforme.- Venga, vamos ya, listilla. ( Tirando de la Rubia )

(María que se había levantado, queda en el escenario sola con el vaso de agua en la mano a medio beber. Las luces se van apagando de atrás hacia delante, hasta que queda iluminada la mesa hacia la que ella se ha ido acercando; se sienta deja el vaso en la mesa y apoya la cabeza sobre el tablero con las manos sobre la nuca. Permanece así durante unos segundos. Parece que la obra se ha terminado, pero no es así. María se incorpora lentamente de la silla y se despoja de la gabardina o la blusa ancha que lleva puesta y la coloca encima de la mesa, como si se desprendiera de su yo consciente y lo dejará allí, sumido en la desesperación. El subconsciente de María queda representado por la mujer embutida en unas mallas muy ajustadas o el pantalón y la camiseta blancos o su completa desnudez. Su cuerpo queda dormido encima de la mesa, mientras que su subconsciente sueña en relación al problema que la obsesiona.)

(Los focos la iluminan con una luz intensamente blanca, fantasmagórica. Le cuesta comenzar a hablar.)

María.- ..¡Señora! ¡Señoría, esta es toda la verdad y nada más que la verdad! Esta es la historia de mi vida, el resto es huida. No he vuelto a ver a ésa que llaman la Rubia desde que me tomara el pelo en la Comisaría. Todavía espero la fecha de mi juicio de divorcio y ése es el menor de mis problemas porque temo por mi vida. La Justicia se ha olvidado de mí, pero jamás se me pasaría por la mente pagar a unos matones para que rompieran las piernas del mal nacido que me ha desplumado y me persigue desde hace meses para que le dé no se qué fortuna que dice le pertenece. De dónde iba yo a sacar el dinero para pagarles si vivo de mi sueldo de cocinera en El gato negro. ¡ Esto es………! (Vuelve a la realidad e interroga al público sonriendo maliciosamente.) ¿Verdad o mentira?

FIN

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